jueves, 28 de marzo de 2013

La Persistencia de la Empanada



        ¿Qué es la memoria? ¿Por qué recordamos?
        La única respuesta válida es la que nos ofrece el surrealismo. La memoria es un revólver. El dedo de la realidad jala el gatillo. La bala somos todos; víctimas y victimarios. Asesinos y asesinados. 
        Recordamos para sobrevivir. Sufrimos por un pasado que no está y un futuro que acaba de pasar. El presente se nos torna incómodo. Por ende hay que trasladarlo al arte. Atraparlo allí. Encarcelarlo.
        La empanada, de vasta e inconmensurable trayectoria histórica, la encontramos en todas las gastronomías del mundo. Multifacética, deliciosa, atractiva; dama digna de ser devorada en el secreto de la alta noche.
        Salvador Dalí supo deshacer el tiempo. Halló el átomo, lo sedujo y lo dividió. Cada una de sus pinturas posee una pequeña bomba atómica. Tenía secretos. Hermetismo del pretérito, con sabor a medievalismo.
        En una entrevista del año 1971 manifestó: “En mi museo de Figueras acabo de pintar un cielo raso. Representa a Dalí -es muy tradicional- con cajones. Tengo un cajón en el vientre, otro en el pecho, un tercero en los talones. Todos los cajones están abiertos al revés. De ahí sale una lluvia de monedas de oro que caen generosa e hipócritamente (es un trampantojo) sobre 'la cabeza de mis conciudadanos.
        Le atraía la fantasía del dinero, más allá de la ambición pura de la acumulación de metálico, especialmente el oro: dorada manzana que comen los ángeles en el crepúsculo. Por el oro han muerto millones de personas; por el oro se han destruido civilizaciones; se han buscado ciudades míticas como el Dorado o las Siete Ciudades de Cíbola; por el oro el hombre y la mujer quedan unidos en Sacro Matrimonio ante el Dios Todopoderoso.
        Entre toda la producción de Salvador Dalí hallamos una pintura que se ha convertido ya no en “clásico”, sino en Símbolo de este creador: La persistencia de la memoria (1931). Verdadera gema del inconsciente, arte magno de la manipulación del espacio y del tiempo. En esta obra todo es relativo. La vida misma se derrite en la muerte. Reencarnación, viaje temporal, retroceso y silencio. Y regreso a la pregunta inicial: ¿qué es la memoria, por qué recordamos, por qué sufrimos al recordar?
        La empanada también sufre la relatividad. Se derrite en la boca del comensal que la mastica, que la tritura hasta absorberla por completo. Su tiempo (desde la salida del horno hasta la llegada al plato) es relativo. Hay empanadas que son expuestas al público y su existencia excede los límites previstos. Hay otras que fallecen casi inmediatamente.
        Yo propongo una persistencia de la empanada para un Dalí que si bien yace en otro plano de la existencia, puede ser invocado.
        Una nueva pintura “dalineana”, en donde suplantemos los relojes por empanadas.
        El horizonte será la cocina, el atanor donde se prepara el manjar divino. El tiempo es el fuego. Las llamas, minutos; el humo los segundos.
        ¿Pueden verlo, sentirlo? En esta persistencia de la empanada todo es relativo, pero también macizo. Las hormigas devoran el queso, el jamón se calienta excesivamente, se agita.
        Esta nueva representación posee, a diferencia de su “rival” original de 1931, una cualidad única: es una pintura para comer.
        Arte para digerir.
        Sólo así podremos dejar de recordar, para vivir, gozar con nuestra vida, en estos tiempos de cambios y transformación mundial.

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